La idea de que pueda sufrir por mi culpa me subleva; hace tiempo que estoy habituada al sufrimiento y para mí me parece casi natural.Pero aceptarlo para él que no lo ha merecido, para él a quien quisiera tanto ver radiante de felicidad como aquel día sobre el lago de Bois de Boulogne...¡Ah, qué amargo es todo esto! Sin embargo, me daría vergüenza quejarme. Cuando se ha recibido esa gran cosa que siento en mí, inalterable, se puede soportar todo el resto. Lo esencial de mi alegría no está a merced de las circustancias exteriores, para alcalnzarla haría falta una dificultad que viniera directamente de él o de mí. Esto ya no es de temer, el acuerdo profundo es tan completo que él es el que habla cuando me escucha, yo la que hablo cuando lo escucho y ya no podemos, pese a las separaciones aparentes, estar realmente desunidos. Y mi alegría, dominando los más crueles pensamientos, se eleva asimismo y se derrama sobre todas las cosas... Ayer, después de haberle escrito a Pradelle la carta que me resultaba tan duro escribirle, recibí de él unas líneas desbordantes de ese hermoso amor por la vida que hasta ahora era en él menos sensible...Pero no era del todo el canto pagano de la querida dama amoral.
Hay que creer verdaderamente en el valor del sufrimiento y desear llevar la cruz con Cristo para aceptarlo sin murmurar; por naturaleza yo no sería capaz. Pero dejemos esto. La vida a pesar de todo es espléndida, y yo sería terriblemente ingrata si no me sintiera en este momento desbordada de gratitud.¿ Hay muchos seres en el mundo que tengan lo que ud. tiene y lo que yo tengo, que conocerán jamás algo que se les parezca? ¿ Y sería pagarlo demasiado caro sufrir por ese bien precioso no importa cuánto, todo lo que sea necesario, y durante todo el tiempo que sea necesario?
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